9 de noviembre de 2011

Cansado, somnoliento, desamparado, inmóvil, impotente, alicaído, solo, perdido, o simplemente angustiado. Perdí el hilo que me unía a la bella realidad del mundo, a las palomas que revolotean como soñando, a las mariposas olisqueando las flores en primavera, al Sol a la mañana, y la Luna a la noche. Me vi buscando un extremo que ya no parecía existir, aunque yo sabía que, en algún lugar estaba. Desistí, no soportaba haber perdido aquello tan importante, la cuerda a la felicidad, que tanto creí haber cuidado, pero no, era débil la atadura y finalmente, se soltó. Quedé de rodillas frente al altar que me llevaba a mi cielo, cielo azul cual alegría. Placido, tranquilo, reconfortante, confidente de mis penas y mis alegrías, secreto de todo cuanto soy. Ahora estoy perdido en un camino que no tiene salida. Y sueño con el calor de un nuevo día, que me nazca, que me lleve, pero que llegue ya.
No guardo rencor a quien no me hizo nada, no guardo rencor a nadie, más que a mí. No hay ya solución, si ni siquiera existe problema, pero tampoco hay normalidad, y en medio, yo. Dormido, esperando la llegada de ese día, rezando de nuevo al tiempo, su llegar.
Que vengan el verano, el invierno, o lo que tenga que venir. Pero que todo se vaya ya.

[...]

Ya solo soy mis propias palabras, haciéndome creer que cambiarán algo.
Mas, yo mismo sé que esto no es así.
Y yo perdido y sin saber que hacer.

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